La verdad sobre R&J

Me resultó importante que aunque era notoria la clase social a la que pertenecía, la chica no portaba consigo ninguna joya que llamase la atención sobremanera.
Debía concentrarme; al ver los indicios hasta ahora, podía arrojar la hipótesis de que era un asesinato pasional. Pero el muchacho no presentaba indicios de violencia, por lo que los cercos de búsqueda se ampliaban.
Dado que se podía relacionar el lugar a la celebración litúrgica, parecía normal encontrarme  -como lo hice- una copa en el suelo, mas la cercanía a los cadáveres me alarmó. No tenía grabados ni decoraciones ostentosas , como solían los cálices de las iglesias.
Un pequeño resto de cualquiera que fuese su contenido quedó en ella, por lo que con rapidez, quise llevarlo a la botica que ví llegando a este pueblo, por si alguien allí pudiese ofrecerme nueva información. Dado el color que presentaba, y el hedor que desprendía aún siendo escaso su contenido, se podía adivinar que sería algún tipo de fármaco, por lo que mis conjeturas cada vez se mostraban más claras. Según mis cálculos estos señoritingos jugaron con fuego y se quemaron. Un manejo lacio de la daga  y el brebaje hicieron el trabajo.
De repente entró en la estancia un individuo desconocido- como casi todo para mí en esta ciudad- de extraños ropajes y apariencia, con barba recortada, capa y zapatos raídos.
Saltaba a la vista que había hecho una reciente visita a la taberna de St. Alessio.  Fue allí donde quisieron que fuese acompañado por el pequeño de los Gabbana; pero decliné la oferta. No quería más interrupciones en mis pesquisas.
El extraño comenzó a gritar, como si de un loco se tratase, que él los había matado, que todo era su culpa y que debía morir, pagando así su castigo. La desesperación en su mirada y el claro desengaño de los que se saben en la verdad hizo que creyese por un momento las palabras de ese individuo.
Intenté acercarme lentamente, sin hacer nada que pudiese desorientarlo, ya que de ser cierto su argumento, regresaría a mi ciudad más pronto de lo esperado, y mi cuerpo, ya quebrantado por el tiempo, también añoraba la rutina de mi hogar.
Conforme más me acercaba, más me parecía haber visto antes al sujeto. Y como último acto consciente, el ser desconocido se hirió a sí mismo con fiereza, con una daga dorada que al tiempo me dí cuenta que portaba.
Al caer derrumbado al suelo, su mano soltó una nota que rezaba una sola frase: Mi nombre es Amor.

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