REFERENTES
Últimamente, me he parado más de lo normal a pensar en el hecho de que todos tenemos referentes
en nuestra vida. En el divagar de mi aparte, recordaba cuántas veces he
escuchado a amigos, familiares, compañeros, mayores o pequeños, hablar de sus
abuelos.
Si, ha acabado siendo casi un tópico literario el reflexionar sobre la infancia, los abuelos vivos, con la mesa llena y alegre.
Si, ha acabado siendo casi un tópico literario el reflexionar sobre la infancia, los abuelos vivos, con la mesa llena y alegre.
Extrañamente, yo nunca había pensado tener ese tipo de referentes,
no porque no lo sintiera importante, si no porque quizás mi juventud
desmesurada, que no achantada en mi semi madurez, me ha hecho no prestar la
atención que probablemente debería, y he vivido como algo demasiado normal, que
las personas vienen y van, que no hay que prestarles más fanatismo del debido,
y que por encima de todo, nadie es imprescindible.
Hasta que lo he tenido que vivir de cerca, y he descubierto que simplemente era una egoísta.
Hasta que lo he tenido que vivir de cerca, y he descubierto que simplemente era una egoísta.
Las personas te fallan, es un hecho, y que hay que aprender a
superarlo es otro.
Antes bien, en lo que habría que centrarse es en aprovechar su
compañía mientras estén a tu lado.
Ya hace bastantes años que, algunas de las personas más cercanas, a
las que de verdad podía decir que quería, se fueron de mi lado. Y, como era de
esperar, entre ello, están mis abuelos.
En especial, siempre han destacado los Ruiz Vázquez. Supongo que
por haber heredado de ellos la locura, el toque bohemio, cosmopolita,
inconformista, pero descuidado en las relaciones.
Pepita, como todos la conocen, tan correcta, tan elegante que
asombraba, hasta el final de sus días. Siempre dispuesta, ante todo buena; mi
segunda mamá, la mujer que quiero ser de mayor.
Con todos los adjetivos que he empleado antes, podríamos describir
al que fue profesor de Inglés en el instituto de casi toda las generaciones más
acercadas a los ochenta.
Don Fernando siempre ha tenido una figura mítica, que, las voces
que a él se han referido, han concluido por acrecentar en ese misticismo.
Tengo una clara imagen en mi cabeza cuando me hablan de él, y es,
en la que siempre a mis ojos ha sido la casa de los abuelos, aunque esta no fuese siempre la casa familiar. El fuego se encargó de borrar y grabar lo que nadie se atrevía.
En esa imagen, está él, Fernando, sacando uno de sus libros de la
repisa del salón; acariciando las tapas con ternura, como quien guarda un
preciado tesoro, como quien ve a la niña de sus ojos. Y me miraba feliz, risueño, prometiéndome tanto.
No se si inconscientemente, ese ha sido el orgullo, y el lagrimear
de ojos, cada vez que toco la tapa de un buen libro, que huelo sus páginas, y
me sumerjo en él.
Diez años más tarde, a punto de ser admitida en la Facultad de Filología
de Sevilla, la castiza, la barroca, la ciudad con la que tantas veces he
soñado, quiero pensar, que sí que tengo un referente, que he aprendido cual es
la importancia de esos seres mágicos,
que son los abuelos, nuestros mayores.
Que he aprendido a superar,
a dejarme sentir y doler, a volver a los lugares donde fui feliz, a no
separarme nunca de la vieja confiable, la literatura, aunque muchos sean los
que intenten impedir que me acerque a su verdadero encanto, su poder de persuasión
y de transformar a las personas, y que
Don Fernando, mi referente, no solo estaría orgulloso de la mujer en la que me
he convertido, si no de todo lo que decida.
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